sábado, 7 de marzo de 2009

Buenos días tristeza


A veces llega la tristeza.
Trae las alas suaves de conformidades,
los ojos bajos y la piel desnuda,
y parece tan fácil entregarse,
despojarse, poner bajo sus plantas
el reino, los poderes y las armas,
el amor sobre todo,
y esos últimos retales
que nos quedan de alegría.
A veces gana la tristeza; entonces,
qué lujo de matices su victoria,
qué fasto de sus grises y sus pardos
ocupándolo todo.
Buenos días,-he de decir-,
tristeza, aquí me tienes.


Josefa Parra
Pintura: Jules Breton

4 comentarios:

Francisco Méndez S. dijo...

Hace unos meses revisé Buenos Días, Tristeza, coincidiendo con la reciente pérdida de Deborah Kerr, una de sus protagonistas. Me resulta difícil expresar lo que sentí. Sólo puedo decir que mi estado de ánimo era parecido al de los personajes de la cinta; que me invadió el triste blanco y negro desde el que se cuenta la película –muy conseguida la estructura a base de flash back en color-; y que entiendo perfectamente lo que Preminger quiso decir con este, uno de sus mejores filmes: la vida carece de sentido, y sólo te queda dejarte llevar por el inexorable paso del tiempo, cuando no quisiste retener contigo aquello que realmente importaba, y que no valorabas suficientemente.


El largometraje es una adaptación de la novela homónima de Françoise Sagan y trata de la vida vacía de la joven Cécile (Jean Seberg) y de su padre Raymond (David Niven), un viudo mujeriego que va de fiesta en fiesta. Su insulsa existencia se refleja en la expresión desdramatizada de sus rostros y, mientras anodinos personajes desfilan con una copa en la mano o bailan como si de fantasmas se tratara, ellos, hija y padre, añoran el último verano en la Costa Azul. El verano en el que convivieron con una antigua amiga de la familia: Anne Larsen -Deborah Kerr; nuestra querida Deborah-.

El eje central de la cinta precisamente se desarrolla en dichas vacaciones durante el período estival. La luz y el color lo inundan todo y es en ese ambiente cálido donde Cecil se aferra a su juventud y a su padre. Aunque algunos han querido ver un complejo de Edipo en dicha relación, nosotros somos más partidarios de la simbiosis hija-padre que de la atracción sexual entre ellos. Su forma de entender la vida es la misma para los dos; para Cecile la presencia de Anne va en contra de su negación a hacerse adulta y, aunque le agrada la amiga de su padre, siente que puede poner en peligro esa dolce vita. De Raymond casi se puede decir lo mismo: prefiere seguir con sus escarceos amorosos, totalmente ridículos y fuera de lugar, que comprometerse seriamente con el personaje interpretado por Deborah Kerr. La creíble actuación de David Niven consigue transmitir al espectador esa sensación grotesca de una forma muy sutil, casi sin que nos demos cuenta. Y es que el actor británico siempre nos ha parecido muy adecuado a estos papeles decadentes como aquel que le llevo a conseguir la estatuilla en Mesas Separadas (Separate Tables de Delbert Mann, 1958).


Con el mejor estilo de Preminger (largos planos, cámara moviéndose hacia los actores), con una fotografía excelente de Georges Perinal (colaborador de los Korda de Michael Powell o de Carol Reed, en la gloriosa etapa inglesa de los años cuarenta y cincuenta), con los sugerentes créditos de Saul Bass y con la música de Georges Auric, donde destaca la famosa canción interpretada por Juliette Greco, con todo esto la cinta de Preminger se convierte en el mejor homenaje que se le podría hacer nunca a la estrella que hoy echamos de menos.

Hace unos meses perdimos a Deborah Kerr; hoy, al recordarla, una frase acude al teclado del computador: buenos días, Tristeza.

Anónimo dijo...

Hay que aprender a convivir con la tristeza pero no permitir que domine todos los instantes porque te baja las defensas.
Un beso

Ana dijo...

Con el título del poema me ha venido la misma imagen que a Ulysses.

La tristeza es productiva en la literatura.

Como Inés pienso que es mejor acampar en otro sentimiento y dejarme invadir, sólo a veces, por la melancolía que saluda a las mañanas grises.

Francisco Méndez S. dijo...

Vuelvo a comentar de nuevo, en el comentario anterior me fui por las ramas, pero es por el recuerdo del titulo, película, libro.
Estoy de acuerdo con Inés y Ana,no es bueno una tristeza muy prolongada, se transforma en depresivo, pero a veces es inevitable y necesario sentir tristeza, nos da sensibilidad, es bienvenida, a veces, nos da otra visión del mundo, muchas obras de arte, han sido creadas debido a ese sentimiento.

Saludos amiga

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